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Entonces le dijo el ángel:

—Cíñete y ata tus sandalias.

Y así lo hizo. Luego le dijo:

—Envuélvete en tu manto y sígueme.

Y habiendo salido, le seguía y no comprendía que lo que hacía el ángel era realidad. Más bien, le parecía que veía una visión. 10 Cuando habían pasado la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió por sí misma. Cuando habían salido, avanzaron por una calle, y de repente el ángel se apartó de él.

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